Los días se suceden y cada vez son menos novedosos, sobre todo cuando el trabajo nos completa el día y no podemos escaparnos a explorar la zona.
El miércoles comienza tranquilo tras la festividad. Los pacientes llegan con calma y acabamos holgadamente a nuestra hora. Por la tarde, apenas vienen otros más.
Después, José Luis nos tiene preparada una encerrona: había animado a unas chicas del pueblo para que nos llevasen a una fiesta de baile que había, que básicamente consistía en música a tope en un edificio cercano al mercado. Tras la cena, nos arreglamos con nuestras mejores galas (véase un pantalón largo y una camiseta ibicenca de manga larga). Guille y yo vamos hermanados con sendas camisetas. José Luis nos lleva al pueblo a encontrarnos con Dora, cocinera en la misión, y dos amigas suyas. Nos llevan al recinto (por ponerle un nombre al lugar) que consistía en una segunda planta diáfana de una construcción bastante ruinosa. Debimos llegar los primeros porque no había nadie en la zona de baile y apenas acababan de llegar los vendedores. Las bebidas se compran a gente que, más o menos libremente, lleva desde su casa o negocio y las expone en la barra, siempre a temperatura ambiente y sin ningún riguroso control sanitario, aunque, eso sí, con una gran variedad de cervezas y otras bebidas. La música estaba a todo trapo, no se podía ni hablar, y tras un rato intentando bailar el "dance" africano nos retiramos a tomar el aire a la terraza. Con la excusa de estar más frescos estuvimos casi todo el tiempo ahí y nos libramos del calor de los cuerpos danzarines. Llegó Adama, una de las trabajadoras de la misión que ayuda a Marco en el huerto, y al vernos parados (apenas llevábamos un rato) insistió en traernos a chicas para bailar, resultado: situación incomodísima bailando con unas pobres jovenzuelas que estaban más incómodas que nosotros. Dos canciones y nos libramos. Ibrahim, un brasuno amigo de Marco, insiste en bailar acercándonos su periné. Regresamos al interior, bailamos un rato, mientras vemos cómo el resto de la jauría danzaba con estilo sexual y los cuerpos muy cercanos. Cuando nos cansamos y dejó de llover, decidimos volvernos. El balance final es muy positivo, nos lo pasamos muy bien y nos reímos muchísimo, sobre todo en las situaciones límite. Un "camera-man" tomó instantáneas de la noche, si las recuperamos serán publicadas.
El camino de vuelta en un país sin luz es cuanto menos inquietante: la sensación de plena oscuridad a tu alrededor mientras caminas hacia la negrura es digna de Iker Jiménez. Ahora valoramos mucho más la dificultad que tienen los niños del pueblo en venir todas las noches fielmente al cine que organiza Manuel en la misión.
La mañana del jueves se encarama con dificultad, no por resaca, sino por haber disminuido nuestro número de horas dormidas, de diez a siete, que aquí uno se acostumbra rápidamente a la buena vida. Así, un par de zombies afrontan la mañana duramente, y aún la tarde, viendo un total de 45 pacientes (record absoluto) que nos dejan agotados. Por suerte y por paciencia, los últimos fueron una familia muy maja de varios niños que vimos en nuestros primeros días por conjuntivitis, a la que pertenece mi niña preferida, llamada Ram (algún día pondré su foto) que al principio me temía pero ahora se lo pasa en grande bailando el vals conmigo. Una última sonrisa y cerramos.
Tarde de lluvia y noche de relax con una pésima película en la televisión que nadie aguantó hasta el final. Y a la cama.

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