Hemos aprovechado nuestro primer día como humanos (que no Zombies) para conocer un poco más el entorno en el que estamos.
Primero hemos dado una vueltecita por la finca de los misioneros, donde dormimos. Estoy muy contento rodeado de gallinas que campan a sus anchas, y los distintos animalillos que hay: cabras, un cerdo, cervatillos y fritambos.
Kamabai se encuentra a 5 minutos andando desde la finca, así que por la mañana hemos hecho un poco de reconocimiento. El pueblo se compone de casas humildes, algo distanciadas entre sí, organizadas alrededor de la carretera principal. Normalmente aprovechan el espacio alrededor para cultivar lo que sea, desde arroz hasta cacahuetes. La estructura de las viviendas aquí es de hormigón, aunque en otros sitios suele ser tipo choza de adobe. La gente vive con lo mínimo, por no decir con menos de eso. Y también hacen vida constante en la calle.
Después de una reconfortante comida y un ratito de descanso nos hemos ido a visitar aldeas cercanas, subiendo en jeep por un camino estrecho nos hemos ido acercando cada vez más a la montaña, mientras nos adentrábamos en la jungla. La gente estaba muy agradecida por nuestra visita y los niños nos perseguín gritando al grito de "father" o más bien un "fada" con el que ellos reconocen a los misioneros. En el primer poblado hemos visto una mezquita en construcción (la religión que más población profesa aquí es la musulmana), al parecer financiada con dinero privado americano, y nos hemos paseado por los increíbles alrededores, un lujo para los ojos, con paisajes selváticos y montañas no muy altas de roca, con cortes verticales que limitaban el fondo de las vistas. Un encuadre paradisiaco.
En el segundo poblado casi pierdo los brazos gracias a los niños ávidos de caramelos que estaba repartiendo. Los niños ahí eran más pobres, pero también más sociables y sonrientes, nos acompañaban a todas partes.
Ya de regreso a Kamabai, estuvimos jugando al fútbol con Mamut, un niño que ayuda con las tareas de los voluntarios, y con su primo Musa (imagino que ninguno de los dos nombres se escriben así). La verdad es que jugaban bastante duro a pesar de hacerlo en chanclas, cuando no descalzos. Aunque finalmente les ganamos, costó lo suyo.
Después una merecida ducha, una buena cena con tortillas de patata y nos despedimos de nuestros compañeros odontólogos, Rocío y Antonio, que se van mañana bien temprano para Málaga.
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