El sábado comienza con un poco más de trabajo, de hecho con el día de mayor afluencia a la consulta, aunque sólo en horario de mañana.
Por la tarde una vueltecita por el pueblo para ver la vida de las gentes en sus casas. Los kamabeños (suponiendo que éste sea el gentilicio) son personas apacibles, al menos por la tarde en su hora de descanso, y risueños. Nos saludan desde sus porches y los niños se suman en masa para perseguirnos mientras caminamos, y más si les hacemos algo de caso chocando nuestras manos en señal de saludo. De hablar, nada de nada, porque casi nadie sabe inglés (al menos a un nivel como para mantener una mínima conversación). El mercado a esas horas ya se encontraba cerrado, pero permanecían los distintos puestos situados entorno a la carretera vendiendo pan y Donata Cake (unas deliciosas bolitas "abuñueladas" hechas de harina, mantequilla y algo de azúcar a las que se añade sabor, generalmente plátano, y que se venden por 100 Leones -unos 0,01€- la unidad), también hay un par de puestos que sirven para recargar la batería de los móviles, útil en Sierra Leona, donde la luz eléctrica no llega más allá de la capital. La lluvia interrumpe nuestro paseo y, de nuevo en casa, encontramos visita filipina, de un grupo de trabajo de Yele, una ciudad situada en el centro geográfico del país. Una buena cena en familia y, ante la tristeza por descubrir que el karaoke no funciona, nos marchamos cabizbajos a dormir.
El domingo empezamos con un potente desayuno de arroz especiado, unos huevos revueltos y un bizcocho riquísimo. Reforzados, acudimos a la misa de domingo, en un día muy especial para la misión, ya que se celebraba el día de San Agustín. Los lugareños se visten de sus mejores galas para acudir a la iglesia y la ceremonia empieza con el coro liderado por una potente voz africana y unas preciosas voces secundarias, a ritmo de yembé, mientras los curas acceden al altar. Durante la celebración los niños se acercaban a nuestro banco para sentarse cerca. Se quedaban encantados con el vello de los brazos y el color de nuestras palmas. Al finalizar, José Luis hizo mención especial de los extranjeros que estuvimos presentes. La vuelta a casa la hicimos en la "pick up" cargada de niños en el maletero.
Por la tarde un paseo en bicicleta custodiados por el verde tropical a ambos lados de la carretera. Tras una hora de etapa regresamos derrengados, sudando por la alta humedad tropical.
Una buena cenita con nueva visita (otros misioneros agustinos) y a dormir.
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